Herederos de Poder

Herederos de Poder
Portada del relato

lunes, 25 de febrero de 2008

Capítulo 4

Agnus deambulaba por la ciudad. No sabía lo que en realidad buscaba pero le molestaba estar quieto en la gran mansión, sobre todo por lo acaecido últimamente. Se sentía tan inservible, tan impotente. La noticia de que el heredero de las sombras ya había sido elegido no era de gran ayuda y la espada sagrada… ¿por qué se comportaba así? Desde entonces nadie se había podido acercar a ella, ni siquiera los cuidadores, los que siempre la protegían. Una fuerza extraña la rodeaba y nadie sabía a qué era debido aquello.

La designación del heredero de la luz por la espada siempre había sido igual, desde el primero de los tiempos y su familia la encargada de ir hacia él. Normalmente la espada empezaba a relucir suavemente y el encargado de traer al heredero podía ver la visión del elegido, sabiendo automáticamente dónde buscarlo. En esta ocasión la espada se estaba comportando extrañamente y no era la primera vez, hacía años empezó a centellear, la luz salía de la sala cegando a todo el mundo. Tampoco hubo ninguna visión pero se escucharon extraños rumores en un orfanato de la ciudad, aunque cuando se dirigieron allí nadie les pudo dar más datos, no podían explicar lo que había pasado, solo que tres niños y una niña habían sido heridos… Sara.

Cuando llegó al orfanato y la vio allí, durmiendo, con tanta paz, algo en su interior se había removido. Días después se volvió a acercar allí y la observó. Se la veía tan solitaria, tan frágil que no pudo más que encargarse de ella, desde entonces había estado cuidando de ella en la sombras, procurando que no le pasara nada.

Se fijó en el edificio derruido que tenía delante y vio al gato negro que siempre la estaba rondando. Se animó y subió las escaleras. Le había dicho mil veces que le pagaría un buen apartamento, pero ella casi siempre se había negado a ello. Solo en una ocasión aceptó pero en la siguiente visita pudo comprobar que se lo había cedido a una familia numerosa que ni siquiera sabía quién había sido su benefactor.

Llegó al piso y volvió a ver al gato que lo condujo hasta ella.

Estaba acurrucada en una de las esquinas, tapada con su sempiterno abrigo. Parecía dormida. Se acercó y la observó, bajo toda esa parafernalia de collares aún conservaba su candor. Podía sentir su corazón latiendo tranquilamente. El gato empezó a enredarse en sus piernas, como si quisiera que lo siguiera hasta otra habitación.

-Hola tío Agnus –dijo ella medio somnolienta.

-Hola Sara –contestó él perdiendo el interés ante el felino- ¿por qué no vienes hasta mi casa? Allí dormirás mejor… más calentita.

Ella simplemente se encogió de hombros.

-No se está tan mal aquí. En esta habitación no corre el aire tanto como en la de al lado, pero claro, es que allí no hay pared –rió ella.

Él también la sonrió y la ayudó a ponerse de pie.

-Bueno, pero esta noche déjate de tonterías. Estás empapada así que iremos a mi casa y tormarás algo caliente.

Ella asintió, le apetecía algo caliente esa noche. Fue tras Agnus, parándose en el pasillo de entrada a la otra habitación, donde estaba el dibujo de la espada. Miró a Agnus, dudando si contarle aquello, él siempre la había cuidado, pero descartó rápidamente la idea. No quería que la única persona que la trataba como a un igual la mirara como a un bicho raro también.

Tras un corto viaje en taxi llegaron a la casa. Salió del vehículo y la observó, no parecía que estuviera habitada y le parecía algo grande para una sola persona. Estaba rodeada de setos para que los curiosos no mirasen al interior. Sara se quedó parada en la entrada, dudosa, seria.

-Sé que parece algo inhóspita pero sabes que viajo demasiado. Pasa.

Agnus la vio algo reticente al entrar pero luego observó como se relajaba y aceptaba de buen grado tanto el baño caliente como la comida. Sabía que siempre había estado acostumbrada a no tener nada, a que todo el mundo se apartara de ella y eso era algo que él entendía demasiado bien por eso nunca le había insistido.

-¿Tú no cenas? –le había preguntado Sara mientras tomaba un plato de sopa.

-Tomé algo antes de encontrarte –mintió él mientras sentía cómo lo escudriñaba con la vista.

-Nunca te he visto comer.

Agnus se volvió para contestarle pero se sorprendió al verla a su lado. Como vampiro que era tenía los sentidos mucho más agudizados que los humanos y se podía desplazar a una velocidad mayor que la de la luz pero no la había sentido moverse, no sabía cómo se había puesto a su lado sin que él se diera cuenta. Ella se acercó aún más y sin que se lo esperara, se abrazó a él. Fue un gesto de cariño tan inesperado como agradable para él.

-No te sientas apenado, todo pasará –dijo Sara aún abrazada- todo saldrá bien.

Él sintió cómo el calor de ella se propagaba por sus venas, sus músculos, sus sentidos. Hacía tiempo que no sentía eso, era como estar… vivo.

-Será mejor que me vaya a dormir –dijo deshaciendo su abrazo.

La vio como salía de la sala para encaminarse a la habitación que le había dado, dejándolo todo confundido, como el primer día que la vio.

Llegó a aquel orfanato con el Prior. Aunque aún no había señas de que el Heredero de las Sombras estuviera por ser elegido la Espada Sagrada había centelleado como nunca, haciendo que la luz se propagara casi por todas las estancias de la gran mansión en la que la Orden se encontraba. Varias personas y miembros de la Orden señalaron que en ese sitio había pasado algo inusual y fueron a comprobarlo. No había sido nada, solo un pequeño altercado en el que tres gamberros habían agredido a una niña que, según las cuidadoras, era algo problemática y poco sociable y fue cuando la vio.

Le pareció una pequeña muñequita de porcelana, tan frágil, tan delicada. Estaba dormida, en la cama de la enfermería, sin nadie que la observara. El Prior se fue hasta otra sala para ver a los niños pero él no podía dejar de mirarla. ¿Cómo alguien podía hacerle daño? Se sentó a un lado de la cama, sintiendo los pequeños latidos del corazón y ella abrió los ojos, unos ojos negros como la noche, como su pelo. Sara abrió los ojos y le sonrió, normalmente los niños se apartaban de él, le tenían miedo pero Sara no, ella solo levantó la mano para acariciarle la cara y asir su mano con fuerza, quedando dormida otra vez. Desde entonces se había convertido como un tutor para ella, cuidándola y no dejando que nadie le hiciera daño otra vez.

Llevaba tres horas dando vueltas en la cama. No estaba acostumbrada a dormir en sitios tan cómodos, así que decidió levantarse y ver esa biblioteca que había visto antes de la cena.
Se dirigió a oscuras hasta allí. Nunca había necesitado la luz para andar en sitios desconocidos, seguramente porque al estar en la calle no la había tenido nunca y porque en el orfanato no la encendía para pasar desapercibida.

Llegó hasta la biblioteca, siempre le habían gustado los libros y empezó a mirar entre todos los volúmenes. Toda esa sabiduría delante de ella y no se podía decidir por ninguno. Dudaba si preguntarle a Agnus si se podía llevar alguno para leerlo tranquilamente en sus noches solitarias pero seguramente le diría que no, aquellos libros parecían tener un valor incalculable.
Ya tenía un ejemplar de “El Decamerón” en las manos cuando notó un pequeño resplandor en una parte oculta de la sala. Se dirigió hasta allí y vio como una puerta oculta de donde salía el tenue resplandor. Antes de que su mano llegara hasta allí la puerta se abrió, dejando a la vista un libro que atrapó su atención y su curiosidad.

Se acomodó en uno de los sillones y abrió el libro. La historia le enganchó desde el principio, trataba sobre un dios y una maldición que se repetía cada lustro sobre la tierra, siendo rebatida por un ser bendecido por los dioses. Estaba totalmente absorta leyendo el libro cuando, al pasar la página vio el dibujo de una espada, la Espada Sagrada y se quedó helada, era el mismo dibujo que ella había hecho en la pared del apartamento. Sintió un gran mareo y cerró los ojos pero cuando los abrió ya no estaba en la biblioteca, ni tenía el libro entre las manos.


No sabía dónde estaba, solo sentía una gran energía fluyendo por todo su cuerpo y sobre todo, un gran bienestar. Siguió andando y un poderoso haz de luz hizo su aparición a su derecha. Se tapó los ojos hasta darse cuenta de que la luz no le dañaba y miró más fijamente hasta ver la espada. La miró durante un buen rato, la curiosidad podía con ella y la empuñó. La empuñadura se amoldó con pasmosa facilidad a su mano, como si estuviera hecha para ella y la levantó, notando que su peso tampoco era excesivo. Miró su mano y se asombró, un guante la recubría, parecía metálico aunque era sumamente liviano. Después observó sus vestiduras con detenimiento, parecían hechas con el mismo material que el guante, las tocó y notó la resistencia de todo.

A lo lejos empezó a ver un pequeño montículo y siguió andando hasta él, con la espada en la mano. Tras el montículo parecía estar todo en la más absoluta oscuridad. Cuando llegó hasta allí pudo observarlo mejor. Todo estaba lleno de lava en la más absoluta oscuridad. Podía sentir la desolación, el desasosiego que sentía día a día, la inquietud. Cerró los ojos, con la espada firmemente empuñada y apoyada en el suelo y lo sintió, había alguien más allí.

-Dinorah…

Solo pudo ver esos ojos rojos como la sangre mirándola y llamándola… y ese cetro, el mismo que había visto en el anticuario, el que la intranquilizaba. Un nombre se le vino a la mente… Dalkiel y fue cuando ese ser la miró con más intensidad haciendo que ella lo señalase con la espada, sabiendo que se tendría que enfrentar con él.


‘Sara… Sara…’.

La voz de Agnus sonaba lejana, remota. Abrió los ojos y lo vio allí, a su lado con gesto de preocupación.

-Sara… despierta.

-¿Qué ha pasado? – preguntó totalmente desorientada, mirando a todos lados.

-Te has tenido que levantar sonámbula, estabas gritando, diciendo cosas ininteligibles.

Aún estaba algo mareada pero sintió cómo él la tapaba y al mirar a su alrededor vio que estaba en el jardín. Volvió a mirar a Agnus que la observaba preocupado, como la primera vez que lo conoció.


Como cada año, Agnus le había ido a visitar al orfanato y ella corrió para abrazarlo. No comprendía por qué los niños se apartaban del hombre cuando venía pero claro, de ella también se apartaban.

-Hola Sara, te he traído un regalo.

-No hace falta tío Agnus, el mejor regalo es que vengas a verme.

Observó a un niño que miraba con terror hacia donde estaban ellos y Agnus se giró para ver qué pasaba.

-¿Por qué tienen miedo? –preguntó ella inocentemente.

-Tienen miedo de mí. ¿Tú no tuviste miedo cuando me conociste?

-No –dijo Sara con naturalidad- ¿Por qué he de tenerte miedo?

-No sé, hay gente que se asusta de mi presencia.

Sara lo volvió a mirar y le acarició la cara, dejando un beso en ella.

-Pues no sé por qué se le tiene que tener miedo a una persona buena, hay otros que no lo parecen y sí dan miedo –dijo ella mirando a una de las profesoras, la misma que después de unos días detuvieron por maltratar a algunos niños.


-Tienes razón. Tengo que haberme levantado sonámbula…. Me voy a dormir –dijo Sara volviendo hasta su habitación.

Agnus se quedó en mitad del jardín, se había sobresaltado al escucharla balbucear cosas. Menos mal que él nunca dormía, podía haber salido de allí sin darse cuenta.

Notó algo entre las piernas y miró. Era el gato que siempre estaba con Sara, estaba ronroneando, llamando su atención. Miró al felino y lo siguió hasta que se metió debajo de un seto cerca de donde había encontrado a Sara, dándose cuenta de que allí había algo. Retiró algunas ramas y lo cogió. Era el libro que contaba la leyenda de Orcas y estaba abierto por el dibujo de la Espada Sagrada.

2 comentarios:

Laura dijo...

Ufff nena... Agnus to preocupao porque no encontraba al heredero y resulta que lo tiene al lado. Se va a caer de espaldas cuando lo sepa.
Espero que no tardes mucho en colgar capis porque está superinteresante.
Besos,
Lauri

Anónimo dijo...

Ayns cosi.. que esto esta muy bieeen!!! Ya tienes a una enganchá nueva... ajjajaa.. asi que ya puedes estar escribiendo a dos bandas a todaa prisa... ajajjajaja
Me ha gustao mucho... la verdad es que eres una auténtica artista
besos