Herederos de Poder

Herederos de Poder
Portada del relato

sábado, 23 de febrero de 2008

Capítulo 2

La noche caía sobre la ciudad pero Uriel no conseguía conciliar el sueño. Llevaba noches así, todo por culpa de esa dichosa pesadilla. Solo eran retazos que no lograba recordar... solo esos ojos, unos ojos dorados, llenos de luz que lo miraban desafiantes.

Suspiró profundamente, mesándose el cabello

-Estás hecho unos zorros Uriel –se dijo a sí mismo.

Intentó ordenar algo la habitación, a ver si así pensaba en otra cosa y recordó a su amigo Axel. Esa tarde lo había ido a visitar y se había quedado sin habla al verlo. Pelo negro, algo largo y desarreglado, sin afeitar y unas ojeras que desmejoraban el verde de sus ojos. La piel había perdido casi todo el moreno y se le veía débil a sus treinta años. Todo lo contrario al don Juan que siempre había sido.

Se metió en la cama e intentó conciliar el sueño.

-Despierta Dalkiel, heredero de las sombras, jefe de los ejércitos de la oscuridad...

-¿Quién me habla?-preguntó Uriel mirando a todos lados.

Estaba rodeado de oscuridad y lenguas de lava ardiendo pero extrañamente no tenía miedo. Vio una luz radiante al final y decidió ir hasta ella. Tras dar unos pasos una montaña de lava se interpuso en su camino. Se quedó observándola, como si fuera una serpiente hechizada por algún cántico. La montaña de lava se abrió y mostró una especie de cetro en su interior. Alargó la mano y lo cogió, sintiendo un gran poder invadiendo todo su cuerpo.

-Dalkiel...

Levantó la cabeza y volvió a ver esos ojos. Era una mujer, estaba vestida como un guerrero, de ella parecía que salía tanta luz, tanto resplandor que su pelo parecía hecho de fuego. Lo miraba totalmente seria y él sentía cómo lo llamaba.

-Dinorah... –susurró él.

Ella asintió y le apuntó con una espada. Toda ella lo atraía, tenía que buscarla, tenía que encontrar esos ojos.

Se despertó sobresaltado y totalmente sudoroso. Otra pesadilla, pero esta vez la recordaba con más nitidez.

-Dinorah... ¿quién eres?

Cerró los ojos y volvió a recordarla pero en sus recuerdos se cruzó el cetro. Se había sentido tan bien al cogerlo, tan poderoso, tan lleno de fuerza... si ese cetro existiera sería el objeto perfecto para él porque ahora no podía ni con sus párpados.

Como pudo se levantó y, tras ducharse, se vistió para salir. Aunque estaba hecho unos zorros aún tenía que trabajar en esa maldita oficina tan gris como insulsa. Estaba completamente harto de tratar los asuntos de gente desconocida, le aburrían los temas comerciales de los demás, en resumen, estaba hastiado de todo.

-Perdón...

Acababa de chocar con una chica, tirándole los libros que llevaba encima. La observó mientras ella lo recogía todo. Era alta, la piel blanca como la nieve e intuía un pelo largo y negro bajo la capucha de la larga chaqueta que tenía puesta.

Tras recogerlo todo se levantó, bajando la cabeza pero aun así le podía ver la cara, rasgos suaves, ojos negros. Iba totalmente vestida de ese color, negro y según la vestimenta parecía ser gótica.

Y fue entonces cuando lo vio. En el momento en que la miró a los ojos antes de que ella se fuera vio un destello dorado en sus ojos. La cogió del brazo y la volvió a mirar pero ahora seguían negros, tan negros como la oscuridad. Ella siguió su camino mirando alguna que otra vez para atrás, seguramente la había asustado con su actitud. Agitó su cabeza intentando volver a su camino, ahora su mente también le gastaba bromas cuando estaba despierto.

Pasó toda la mañana intentando quitar de su mente esos sueños... esos ojos... ese cetro, pero no podía, lo tenían totalmente obsesionado.

-Uriel, traiga los informes de Mitchelrice... ¿pero qué está haciendo? ¡Déjese de tonterías y siga trabajando!

Miró a su jefe sin comprender lo que le decía. Volvió a mirar el informe en el que estaba trabajando y se asustó. Había dibujado el cetro, negro como la noche y en la parte superior, una gran piedra roja como la sangre entre hilos de plata que bajaban por toda su extensión, dibujando símbolos que no sabía qué querían decir.

-Yo... -No tenía explicación para eso, no sabía cuando había dibujado eso, no entendía nada de nada.

Tras varios gritos más y malas caras acabó su jornada laboral. Por fin podría volver a su casa y encerrarse.

Andó varias calles y empezó a llover. Justo lo que necesitaba para ponerle la guinda al día. Se levantó el cuello del abrigo y cogió un atajo para su casa. Todo se había oscurecido, el tiempo parecía haberse enfadado y no tuvo más remedio que refugiarse en una tienda.

Se puso a mirar los objetos de la tienda, para disimular un poco. Se dio cuenta de que era una tienda de antigüedades, las más raras que había visto. Fue hasta el final de la tienda y volvió a ver a esa chica. Estaba mirando un objeto desde una cierta distancia y tenía cara de miedo. No es que fuera la alegría personalizada pero parecía que había algo que la inquietaba.

-Hola –dijo él sobresaltándola.

Ella lo miró, parecía aún más asustada y volvió a mirar reiteradamente al objeto y a él.

-¿Cómo te llamas?-preguntó ella de pronto.

Él la miró de arriba abajo con curiosidad, pero lo que más le asombró fue su voz. Emanaba paz. Con tan solo escucharla parecía que se habían diluido sus problemas, lo reconfortó... esa chica tenía algo...

-Uriel-dijo secamente

-Es irónico -rió ella.

-¿El qué?

-Que tengas nombre de arcángel cuando... -se quedó callada, como temiendo haber hablado demasiado.

-¿Y tú? –preguntó él curioso.

-Sara –se quedó callada y miró por la ventana –parece que ya ha dejado de llover.

La vio darse la vuelta y encaminarse hacia la salida pero a mitad del recorrido se volvió.

-Ten cuidado Uriel- Se puso otra vez la capucha y se fue.

Uriel se quedó mirando hacia la puerta, en el mismo momento en el que ella salió de allí, el peso que lo asfixiaba volvió, el cansancio, el hastío. Volvió la mirada hasta el objeto que ella miraba antes y se sorprendió. Era ese misterioso cetro con el que había estado soñando, con el que se había obsesionado. Alargó la mano y lo cogió y sí, sintió lo mismo, la fuerza... el poder. Fuera como fuese ese objeto tenía que ser suyo. Lo llevó al dueño de la tienda, un extraño hombre de aspecto rudo, casi primitivo y se hizo con él. Tenía que saber qué era ese objeto y por qué soñaba con él.

1 comentario:

Laura dijo...

Esto se anima por momentos. Uriel es el heredero de las sombras, ¿no? por eso la chica, Sara, dice que es curioso que tenga nombre de arcángel cuando es la reencarnación del "mal". Tu mandame un correillo y ves que no me estoy coscando de nada.
Tengo una teoría sobre quién es el heredero de la luz, pero...
Ya te diré algo si acierto. ¿Su nombre empieza por A?
Besitos,
Lauri