Herederos de Poder

Herederos de Poder
Portada del relato

miércoles, 23 de abril de 2008

Capítulo 5

Andaba entre las sombras otra vez en ese campo inhóspito de lava ardiendo pero esta vez llevaba el cetro en la mano. Se observó a sí mismo y se sorprendió cuando vio sus vestiduras, una túnica negra como la oscuridad con capucha, la cual también tapaba su rostro. Divisó la luz al fondo y fue otra vez para allá, esperando ver a Dinorah otra vez y sí, allí estaba mirándolo impasible, desafiante.

Ni se inmutó al verlo. Lo más que hizo fue acercarse al límite establecido entre la luz y las sombras. Él hizo lo mismo pero necesitaba más, necesitaba hacerle ver que él era el que tenía el poder.

Nada más llegar a su lado intentó mostrar su furia y fue cuando el cetro se convirtió en un báculo, llegando hasta el suelo y mostrándole a ella toda su energía, toda su corpulencia pero ella seguía impasible, seguía mirándolo retadora, con esos ojos dorados que él tenía fijos en la mente y cuando menos se lo esperó ella sonrió, haciendo que una luz cegadora lo llenase todo.


-¿Qué diablos?

Uriel se acababa de despertar casi cegado. Intentó autoconvencerse de que aquello era por la luz del día, pero el día estaba nublado. Miró la revuelta cama y encontró el cetro allí, eso sí que era extraño, la noche anterior lo había dejado guardado en lo más recóndito del armario y no recordaba haber ido cogerlo. Intentó descartar también ese pensamiento de su cabeza y se metió en la ducha, dejando caer el agua por su espalda, intentando relajar los músculos.

Tras la ducha decidió ir dando un paseo al trabajo. No le apetecía nada meterse en esa oficina pero no tenía más remedio, tenía que pagar las facturas ¿no?

Miró a su alrededor mientras andaba. Tenía una vaga esperanza de ver a esa extraña chica que se había encontrado, Sara, pero no la vio. Observó la fachada de sus oficinas y sintió como si se ahogara. Cogió aire lentamente y entró allí, viendo a su paso las oscuras miradas de sus compañeros. Todo allí le parecía asfixiante.

Ahora estaba sentado en su mesa, jugueteando con un bolígrafo. Se sentía nervioso. Desde que había empezado a tener esos sueños sentía como si cada vez se hundiera más y más en un profundo agujero negro y encima, encima tenía que estar allí, en esa oficina.

Intentaba aguantar estoicamente las ocho horas pero los últimos días aquello le parecía insufrible. Miró hacia la ventana. El cielo aún estaba nublado, el ambiente pesado… ¿era él o todo era gris?

-¿Qué se supone que es esto?

Uriel salió de su mundo, encontrándose de bruces con la furia de su jefe, el cual le miraba como siempre, con una mezcla de repugnancia y desprecio.

-Es el informe que me pidió- contestó él sin muchas ganas.

-¿Esto un informe? ¡Esto es un asco! Si ya lo sabía yo que no podía delegar en ti, ¡un incompetente, un inútil que no sirve para nada!

A Uriel se le heló la sangre al escuchar esa frase, pasando a continuación a hervirle la sangre con rabia. Todo pareció pararse con solo escuchar esa frase.


Tenía doce años y estaba escondido bajo una de las mesas del salón, demasiado asustado para salir de allí. La causa de todo su miedo era su padre.

Su padre tenía un negocio de préstamos. Al principio parecía que lo había hecho para ayudar a la gente, pero con el tiempo se convirtió en uno de los más despiadados usureros de la ciudad y quería hacer de él también una persona así. Por eso lo había enviado para cobrar una de las deudas que tenía, pero él al llegar había comprobado que la familia en cuestión era verdaderamente pobre y no podían pagar aunque quisieran. Uriel se había apiadado de ellos, volviendo sin el dinero prometido.

-¿Dónde está? Sabes que luego será peor y me pagarás en golpes lo que ellos me deben –escupió su padre con rabia.

-Lo siento papá, pero no tienen nada- dijo él saliendo con lágrimas en la cara- A nosotros no nos hace falta para comer.

-¿Y qué importa eso? No cambiarás nunca… siempre serás un inútil que no sirve para nada.


Uriel abrió los ojos, clavando la mirada llena de rabia en su jefe que lo retaba aún con la mirada. Todo empezó a temblar, las luces parpadeaban con furia. Los gritos de la gente resonaban por todos lados, el terror crecía en aquel lugar mientras muebles y papeles salían volando de un lado a otro. De pronto todo volvió a la normalidad. Las luces se encendieron, todo se calmó.

La gente de la oficina se puso de pie, mirándose unos a otros por lo que había sucedido, pero un alarido rompió el extraño silencio, llamando la atención de todos. Uriel miraba extrañado a la causa de todo ese jaleo, su jefe, que yacía en el suelo retorciéndose de dolor, con los ojos ensangrentados y las piernas en una postura extraña.

Se acercó a él para socorrerlo, pero los gritos que profería su jefe pasaron de dolor a un terror ciego, llegando a arrastrarse por el suelo para alejarse de él. Intentaba decir algo, pero no se le entendía nada de lo que decía, además de que también sangraba por la boca. Uriel se alejó de allí, todos lo miraban extrañados, por eso salió corriendo de ese sitio. No aguantaba ni un segundo más allí.

Corrió lejos de allí, sintiendo como todos le señalaban, sin saber aún qué había pasado. Le dolían los pulmones de todo lo que había corrido y se encontró a los pies de un campanario abandonado, sintiendo cómo le atraía el lugar. Subió hasta allí y se asomó a uno de los amplios ventanales, intentando recuperar el aliento, mirando hacia el abismo y perdiéndose en él.

Empezó a balancearse peligrosamente. Si se arrojaba al vacío todos sus problemas se irían con él, todo acabaría. Sintió como una oscuridad empezaba a subir por la torre y hasta creyó ver a seres con alas de murciélago y ojos rojos que venían hacia él, pero todo se diluyó cuando notó algo enroscándose a sus pies. Miró asustado pero solo vio a un gato negro ronroneando y pasando sinuoso entre sus piernas.

-Algunas veces parecería que arrojarse al vacío sería lo más fácil, pero eso no soluciona nada –dijo una voz detrás de él.

Se volvió rápidamente. No había escuchado a nadie subir y se puso a mirar hasta donde había provenido el sonido y vio la silueta de una persona con un abrigo negro largo que se tapaba la cabeza con la capucha del mismo. Se fue acercando hasta él, lentamente y le sorprendió el extraño sentimiento de paz que empezó a embargarle. Todos sus problemas empezaron a desvanecerse como si solo fueran humo. El extraño visitante se quitó la capucha lentamente y él abrió los ojos sorprendido por quien era.

-Sara.

-Veo que aún recuerdas mi nombre –dijo asomándose en el mismo sitio donde él estaba hacía tan solo unos segundos.

Uriel la observó y notó como ella abrió los ojos sorprendida por las vistas. Tan solo fueron unas milésimas de segundo pero notó que Sara también podía ver algo raro entre la oscuridad.

–No te dejes atrapar por ellos –susurró Sara casi sin voz.

-¿Por quién? –preguntó Uriel que ya no miraba al abismo sino que estaba apoyado en una de las paredes.

Sara lo miró y volvió a sentir la paz. Esos ojos negros eran como un mar en calma que lograban que sintiera cosas que hacía tiempo que no lograba percibir.

-Aún queda algo de luz en tu interior, lucha por ella.

-Siempre dices cosas raras –dijo él con una triste sonrisa.

Sara chasqueó la lengua con desdén.

-Me caes bien Uriel, cuídate.

Sara se frotó los brazos mientras miraba otra vez hacia las sombras, como si sintiera frío bajo ese abrigo de cuero. Se puso otra vez la capucha y se fue escaleras abajo.

-Gracias –susurró Uriel cuando se dio cuenta de que ella se había ido.

Se dejó caer en el suelo totalmente rendido. Solo un rato después de haberse ido ella volvió a sentir el hastío, la soledad, la oscuridad apoderándose de él.

Cerró los ojos con rabia y empezó a notar como el viento empezó a soplar con furia, los pájaros parecían haberse vuelto locos y se precipitaban fuera de allí, hasta algunos en la huída chocó contra las paredes del campanario. Uriel se tapó los oídos con furia intentando escapar del sonido ensordecedor de la campana, la cual llevaba un rato sonando sola. Miró otra vez al abismos y vio que la oscuridad avanzaba rápidamente y unos ojos que se acercaban con ella. La noche se hizo de pronto y la oscuridad se apoderó de todo, hasta de su consciencia haciendo que todo desapareciera a su alrededor.