Herederos de Poder

Herederos de Poder
Portada del relato

martes, 3 de junio de 2008

Capítulo 6

Llevaba unos cuantos años ejerciendo como médico, pero ni en todo ese tiempo, ni en el de residente había visto un caso parecido. Cuando lo habían llamado para acudir a un accidente no creyó que se iba a encontrar a un hombre medio mutilado... dentro de una oficina.

Ezequiel se mesó los cabellos pensando y volvió a leer lo que le dijo la gente de allí. Según las explicaciones dadas por los demás trabajadores presentes, el hombre no se había caído, ni nadie se había acercado a él, pero entonces ¿cómo se había roto las piernas por tantas partes? Era inexplicable, pero lo peor era la amputación de la lengua y los ojos sangrantes... y esa sensación de pánico en su rostro, lívido como la cera y sus gritos. Habían tenido que darle sedantes tan fuertes como para dormir a un caballo para que dejara de producir esos alaridos que ponían el pelo de punta. No, definitivamente nunca había observado un caso así.

-Un día de estos tus neuronas saldrán corriendo por hacerlas trabajar tanto –dijo una voz a su espalda.

Era Aura, una de las jóvenes enfermeras que trabajaba en el hospital. Ezequiel observó el largo cabello rubio de la joven y su sonrisa. Desde que la conocía siempre tenía una sonrisa en su cara y cuando la veías parecía que todos tus problemas se diluyeran y sus movimientos... eran los movimientos más suaves que había visto, pareciendo que todo a su paso fuera armonía con ella.

-No te rías de mí. Si hubieras visto lo mismo que yo esta mañana no te reirías tanto.

-A ver ¿qué has visto? ¿Un niño que tenía la manía de comerse la pintura de las paredes? No, mejor. Una mujer que le picó un mosquito en la garganta y ha caído en coma –dijo divertida mientras jugueteaba con un libro en sus manos.

-No, mucho peor –contestó él totalmente serio- el tipo tenía las piernas rotas, los ojos ensangrentados y…

-La lengua cortada –acabó de decir Aura asustada.

-¿Cómo lo sabes? –Preguntó moviéndose para encararla- Lo han puesto en un lugar apartado, no lo puede ver nadie.

Miró a los ojos de la joven y solo podía ver miedo. Ella lentamente le acercó el libro que tenía entre las manos, enseñándole una de las ilustraciones del mismo, donde se veía el grabado de un hombre con las mismas heridas que le había relatado Ezequiel.

-La furia de Orcus ¿qué es esto?

-Este libro habla de una leyenda, sobre una maldición lanzada por un demonio y ésta es una de las formas de castigo.

-Vaya, no se anda con chiquitas el tal Orcus –dijo Ezequiel mirando el grabado.

-Esa es la más… suave –dijo ella haciendo una mueca.

Ezequiel observó una cosa en el grabado que le llamó la atención.

-¿Me dejarías el libro? Te estaría eternamente agradecido, duendecillo.

-Tranquilo, puedes quedártelo el tiempo que quieras. Es uno de los pocos libros que ha conseguido ponerme los pelos de punta.

-¿Por qué?-preguntó volviéndose antes de salir.

-Porque muchas cosas de las que cuenta, están pasando ahora mismo a nuestro alrededor –contestó ella abrazándose, como si con tan solo ese pensamiento se le hubiera helado la sangre.

Dejó a Aura allí y subió hasta donde estaba el paciente de esa mañana. En el libro había visto una cosa y quería comprobarlo. Corrió por los interminables pasillos, extrañamente vacíos, ya que en ese ala habían cortado el acceso para evitar a los curiosos, hasta que llegó a la puerta de la habitación. Cogió aire y volvió a mirar el grabado antes de entrar. El paciente aún estaba dormido, le habían tenido que dar un sedante potentísimo debido al estado de ansiedad que tenía.

Ezequiel dudó un momento, antes de retirar, lentamente, las sábanas, mesándose los cabellos tras comprobar que su pálpito era certero. Ese hombre tenía la misma marca que venía en el grabado, la marca de la furia de Orcus.

miércoles, 23 de abril de 2008

Capítulo 5

Andaba entre las sombras otra vez en ese campo inhóspito de lava ardiendo pero esta vez llevaba el cetro en la mano. Se observó a sí mismo y se sorprendió cuando vio sus vestiduras, una túnica negra como la oscuridad con capucha, la cual también tapaba su rostro. Divisó la luz al fondo y fue otra vez para allá, esperando ver a Dinorah otra vez y sí, allí estaba mirándolo impasible, desafiante.

Ni se inmutó al verlo. Lo más que hizo fue acercarse al límite establecido entre la luz y las sombras. Él hizo lo mismo pero necesitaba más, necesitaba hacerle ver que él era el que tenía el poder.

Nada más llegar a su lado intentó mostrar su furia y fue cuando el cetro se convirtió en un báculo, llegando hasta el suelo y mostrándole a ella toda su energía, toda su corpulencia pero ella seguía impasible, seguía mirándolo retadora, con esos ojos dorados que él tenía fijos en la mente y cuando menos se lo esperó ella sonrió, haciendo que una luz cegadora lo llenase todo.


-¿Qué diablos?

Uriel se acababa de despertar casi cegado. Intentó autoconvencerse de que aquello era por la luz del día, pero el día estaba nublado. Miró la revuelta cama y encontró el cetro allí, eso sí que era extraño, la noche anterior lo había dejado guardado en lo más recóndito del armario y no recordaba haber ido cogerlo. Intentó descartar también ese pensamiento de su cabeza y se metió en la ducha, dejando caer el agua por su espalda, intentando relajar los músculos.

Tras la ducha decidió ir dando un paseo al trabajo. No le apetecía nada meterse en esa oficina pero no tenía más remedio, tenía que pagar las facturas ¿no?

Miró a su alrededor mientras andaba. Tenía una vaga esperanza de ver a esa extraña chica que se había encontrado, Sara, pero no la vio. Observó la fachada de sus oficinas y sintió como si se ahogara. Cogió aire lentamente y entró allí, viendo a su paso las oscuras miradas de sus compañeros. Todo allí le parecía asfixiante.

Ahora estaba sentado en su mesa, jugueteando con un bolígrafo. Se sentía nervioso. Desde que había empezado a tener esos sueños sentía como si cada vez se hundiera más y más en un profundo agujero negro y encima, encima tenía que estar allí, en esa oficina.

Intentaba aguantar estoicamente las ocho horas pero los últimos días aquello le parecía insufrible. Miró hacia la ventana. El cielo aún estaba nublado, el ambiente pesado… ¿era él o todo era gris?

-¿Qué se supone que es esto?

Uriel salió de su mundo, encontrándose de bruces con la furia de su jefe, el cual le miraba como siempre, con una mezcla de repugnancia y desprecio.

-Es el informe que me pidió- contestó él sin muchas ganas.

-¿Esto un informe? ¡Esto es un asco! Si ya lo sabía yo que no podía delegar en ti, ¡un incompetente, un inútil que no sirve para nada!

A Uriel se le heló la sangre al escuchar esa frase, pasando a continuación a hervirle la sangre con rabia. Todo pareció pararse con solo escuchar esa frase.


Tenía doce años y estaba escondido bajo una de las mesas del salón, demasiado asustado para salir de allí. La causa de todo su miedo era su padre.

Su padre tenía un negocio de préstamos. Al principio parecía que lo había hecho para ayudar a la gente, pero con el tiempo se convirtió en uno de los más despiadados usureros de la ciudad y quería hacer de él también una persona así. Por eso lo había enviado para cobrar una de las deudas que tenía, pero él al llegar había comprobado que la familia en cuestión era verdaderamente pobre y no podían pagar aunque quisieran. Uriel se había apiadado de ellos, volviendo sin el dinero prometido.

-¿Dónde está? Sabes que luego será peor y me pagarás en golpes lo que ellos me deben –escupió su padre con rabia.

-Lo siento papá, pero no tienen nada- dijo él saliendo con lágrimas en la cara- A nosotros no nos hace falta para comer.

-¿Y qué importa eso? No cambiarás nunca… siempre serás un inútil que no sirve para nada.


Uriel abrió los ojos, clavando la mirada llena de rabia en su jefe que lo retaba aún con la mirada. Todo empezó a temblar, las luces parpadeaban con furia. Los gritos de la gente resonaban por todos lados, el terror crecía en aquel lugar mientras muebles y papeles salían volando de un lado a otro. De pronto todo volvió a la normalidad. Las luces se encendieron, todo se calmó.

La gente de la oficina se puso de pie, mirándose unos a otros por lo que había sucedido, pero un alarido rompió el extraño silencio, llamando la atención de todos. Uriel miraba extrañado a la causa de todo ese jaleo, su jefe, que yacía en el suelo retorciéndose de dolor, con los ojos ensangrentados y las piernas en una postura extraña.

Se acercó a él para socorrerlo, pero los gritos que profería su jefe pasaron de dolor a un terror ciego, llegando a arrastrarse por el suelo para alejarse de él. Intentaba decir algo, pero no se le entendía nada de lo que decía, además de que también sangraba por la boca. Uriel se alejó de allí, todos lo miraban extrañados, por eso salió corriendo de ese sitio. No aguantaba ni un segundo más allí.

Corrió lejos de allí, sintiendo como todos le señalaban, sin saber aún qué había pasado. Le dolían los pulmones de todo lo que había corrido y se encontró a los pies de un campanario abandonado, sintiendo cómo le atraía el lugar. Subió hasta allí y se asomó a uno de los amplios ventanales, intentando recuperar el aliento, mirando hacia el abismo y perdiéndose en él.

Empezó a balancearse peligrosamente. Si se arrojaba al vacío todos sus problemas se irían con él, todo acabaría. Sintió como una oscuridad empezaba a subir por la torre y hasta creyó ver a seres con alas de murciélago y ojos rojos que venían hacia él, pero todo se diluyó cuando notó algo enroscándose a sus pies. Miró asustado pero solo vio a un gato negro ronroneando y pasando sinuoso entre sus piernas.

-Algunas veces parecería que arrojarse al vacío sería lo más fácil, pero eso no soluciona nada –dijo una voz detrás de él.

Se volvió rápidamente. No había escuchado a nadie subir y se puso a mirar hasta donde había provenido el sonido y vio la silueta de una persona con un abrigo negro largo que se tapaba la cabeza con la capucha del mismo. Se fue acercando hasta él, lentamente y le sorprendió el extraño sentimiento de paz que empezó a embargarle. Todos sus problemas empezaron a desvanecerse como si solo fueran humo. El extraño visitante se quitó la capucha lentamente y él abrió los ojos sorprendido por quien era.

-Sara.

-Veo que aún recuerdas mi nombre –dijo asomándose en el mismo sitio donde él estaba hacía tan solo unos segundos.

Uriel la observó y notó como ella abrió los ojos sorprendida por las vistas. Tan solo fueron unas milésimas de segundo pero notó que Sara también podía ver algo raro entre la oscuridad.

–No te dejes atrapar por ellos –susurró Sara casi sin voz.

-¿Por quién? –preguntó Uriel que ya no miraba al abismo sino que estaba apoyado en una de las paredes.

Sara lo miró y volvió a sentir la paz. Esos ojos negros eran como un mar en calma que lograban que sintiera cosas que hacía tiempo que no lograba percibir.

-Aún queda algo de luz en tu interior, lucha por ella.

-Siempre dices cosas raras –dijo él con una triste sonrisa.

Sara chasqueó la lengua con desdén.

-Me caes bien Uriel, cuídate.

Sara se frotó los brazos mientras miraba otra vez hacia las sombras, como si sintiera frío bajo ese abrigo de cuero. Se puso otra vez la capucha y se fue escaleras abajo.

-Gracias –susurró Uriel cuando se dio cuenta de que ella se había ido.

Se dejó caer en el suelo totalmente rendido. Solo un rato después de haberse ido ella volvió a sentir el hastío, la soledad, la oscuridad apoderándose de él.

Cerró los ojos con rabia y empezó a notar como el viento empezó a soplar con furia, los pájaros parecían haberse vuelto locos y se precipitaban fuera de allí, hasta algunos en la huída chocó contra las paredes del campanario. Uriel se tapó los oídos con furia intentando escapar del sonido ensordecedor de la campana, la cual llevaba un rato sonando sola. Miró otra vez al abismos y vio que la oscuridad avanzaba rápidamente y unos ojos que se acercaban con ella. La noche se hizo de pronto y la oscuridad se apoderó de todo, hasta de su consciencia haciendo que todo desapareciera a su alrededor.

lunes, 25 de febrero de 2008

Capítulo 4

Agnus deambulaba por la ciudad. No sabía lo que en realidad buscaba pero le molestaba estar quieto en la gran mansión, sobre todo por lo acaecido últimamente. Se sentía tan inservible, tan impotente. La noticia de que el heredero de las sombras ya había sido elegido no era de gran ayuda y la espada sagrada… ¿por qué se comportaba así? Desde entonces nadie se había podido acercar a ella, ni siquiera los cuidadores, los que siempre la protegían. Una fuerza extraña la rodeaba y nadie sabía a qué era debido aquello.

La designación del heredero de la luz por la espada siempre había sido igual, desde el primero de los tiempos y su familia la encargada de ir hacia él. Normalmente la espada empezaba a relucir suavemente y el encargado de traer al heredero podía ver la visión del elegido, sabiendo automáticamente dónde buscarlo. En esta ocasión la espada se estaba comportando extrañamente y no era la primera vez, hacía años empezó a centellear, la luz salía de la sala cegando a todo el mundo. Tampoco hubo ninguna visión pero se escucharon extraños rumores en un orfanato de la ciudad, aunque cuando se dirigieron allí nadie les pudo dar más datos, no podían explicar lo que había pasado, solo que tres niños y una niña habían sido heridos… Sara.

Cuando llegó al orfanato y la vio allí, durmiendo, con tanta paz, algo en su interior se había removido. Días después se volvió a acercar allí y la observó. Se la veía tan solitaria, tan frágil que no pudo más que encargarse de ella, desde entonces había estado cuidando de ella en la sombras, procurando que no le pasara nada.

Se fijó en el edificio derruido que tenía delante y vio al gato negro que siempre la estaba rondando. Se animó y subió las escaleras. Le había dicho mil veces que le pagaría un buen apartamento, pero ella casi siempre se había negado a ello. Solo en una ocasión aceptó pero en la siguiente visita pudo comprobar que se lo había cedido a una familia numerosa que ni siquiera sabía quién había sido su benefactor.

Llegó al piso y volvió a ver al gato que lo condujo hasta ella.

Estaba acurrucada en una de las esquinas, tapada con su sempiterno abrigo. Parecía dormida. Se acercó y la observó, bajo toda esa parafernalia de collares aún conservaba su candor. Podía sentir su corazón latiendo tranquilamente. El gato empezó a enredarse en sus piernas, como si quisiera que lo siguiera hasta otra habitación.

-Hola tío Agnus –dijo ella medio somnolienta.

-Hola Sara –contestó él perdiendo el interés ante el felino- ¿por qué no vienes hasta mi casa? Allí dormirás mejor… más calentita.

Ella simplemente se encogió de hombros.

-No se está tan mal aquí. En esta habitación no corre el aire tanto como en la de al lado, pero claro, es que allí no hay pared –rió ella.

Él también la sonrió y la ayudó a ponerse de pie.

-Bueno, pero esta noche déjate de tonterías. Estás empapada así que iremos a mi casa y tormarás algo caliente.

Ella asintió, le apetecía algo caliente esa noche. Fue tras Agnus, parándose en el pasillo de entrada a la otra habitación, donde estaba el dibujo de la espada. Miró a Agnus, dudando si contarle aquello, él siempre la había cuidado, pero descartó rápidamente la idea. No quería que la única persona que la trataba como a un igual la mirara como a un bicho raro también.

Tras un corto viaje en taxi llegaron a la casa. Salió del vehículo y la observó, no parecía que estuviera habitada y le parecía algo grande para una sola persona. Estaba rodeada de setos para que los curiosos no mirasen al interior. Sara se quedó parada en la entrada, dudosa, seria.

-Sé que parece algo inhóspita pero sabes que viajo demasiado. Pasa.

Agnus la vio algo reticente al entrar pero luego observó como se relajaba y aceptaba de buen grado tanto el baño caliente como la comida. Sabía que siempre había estado acostumbrada a no tener nada, a que todo el mundo se apartara de ella y eso era algo que él entendía demasiado bien por eso nunca le había insistido.

-¿Tú no cenas? –le había preguntado Sara mientras tomaba un plato de sopa.

-Tomé algo antes de encontrarte –mintió él mientras sentía cómo lo escudriñaba con la vista.

-Nunca te he visto comer.

Agnus se volvió para contestarle pero se sorprendió al verla a su lado. Como vampiro que era tenía los sentidos mucho más agudizados que los humanos y se podía desplazar a una velocidad mayor que la de la luz pero no la había sentido moverse, no sabía cómo se había puesto a su lado sin que él se diera cuenta. Ella se acercó aún más y sin que se lo esperara, se abrazó a él. Fue un gesto de cariño tan inesperado como agradable para él.

-No te sientas apenado, todo pasará –dijo Sara aún abrazada- todo saldrá bien.

Él sintió cómo el calor de ella se propagaba por sus venas, sus músculos, sus sentidos. Hacía tiempo que no sentía eso, era como estar… vivo.

-Será mejor que me vaya a dormir –dijo deshaciendo su abrazo.

La vio como salía de la sala para encaminarse a la habitación que le había dado, dejándolo todo confundido, como el primer día que la vio.

Llegó a aquel orfanato con el Prior. Aunque aún no había señas de que el Heredero de las Sombras estuviera por ser elegido la Espada Sagrada había centelleado como nunca, haciendo que la luz se propagara casi por todas las estancias de la gran mansión en la que la Orden se encontraba. Varias personas y miembros de la Orden señalaron que en ese sitio había pasado algo inusual y fueron a comprobarlo. No había sido nada, solo un pequeño altercado en el que tres gamberros habían agredido a una niña que, según las cuidadoras, era algo problemática y poco sociable y fue cuando la vio.

Le pareció una pequeña muñequita de porcelana, tan frágil, tan delicada. Estaba dormida, en la cama de la enfermería, sin nadie que la observara. El Prior se fue hasta otra sala para ver a los niños pero él no podía dejar de mirarla. ¿Cómo alguien podía hacerle daño? Se sentó a un lado de la cama, sintiendo los pequeños latidos del corazón y ella abrió los ojos, unos ojos negros como la noche, como su pelo. Sara abrió los ojos y le sonrió, normalmente los niños se apartaban de él, le tenían miedo pero Sara no, ella solo levantó la mano para acariciarle la cara y asir su mano con fuerza, quedando dormida otra vez. Desde entonces se había convertido como un tutor para ella, cuidándola y no dejando que nadie le hiciera daño otra vez.

Llevaba tres horas dando vueltas en la cama. No estaba acostumbrada a dormir en sitios tan cómodos, así que decidió levantarse y ver esa biblioteca que había visto antes de la cena.
Se dirigió a oscuras hasta allí. Nunca había necesitado la luz para andar en sitios desconocidos, seguramente porque al estar en la calle no la había tenido nunca y porque en el orfanato no la encendía para pasar desapercibida.

Llegó hasta la biblioteca, siempre le habían gustado los libros y empezó a mirar entre todos los volúmenes. Toda esa sabiduría delante de ella y no se podía decidir por ninguno. Dudaba si preguntarle a Agnus si se podía llevar alguno para leerlo tranquilamente en sus noches solitarias pero seguramente le diría que no, aquellos libros parecían tener un valor incalculable.
Ya tenía un ejemplar de “El Decamerón” en las manos cuando notó un pequeño resplandor en una parte oculta de la sala. Se dirigió hasta allí y vio como una puerta oculta de donde salía el tenue resplandor. Antes de que su mano llegara hasta allí la puerta se abrió, dejando a la vista un libro que atrapó su atención y su curiosidad.

Se acomodó en uno de los sillones y abrió el libro. La historia le enganchó desde el principio, trataba sobre un dios y una maldición que se repetía cada lustro sobre la tierra, siendo rebatida por un ser bendecido por los dioses. Estaba totalmente absorta leyendo el libro cuando, al pasar la página vio el dibujo de una espada, la Espada Sagrada y se quedó helada, era el mismo dibujo que ella había hecho en la pared del apartamento. Sintió un gran mareo y cerró los ojos pero cuando los abrió ya no estaba en la biblioteca, ni tenía el libro entre las manos.


No sabía dónde estaba, solo sentía una gran energía fluyendo por todo su cuerpo y sobre todo, un gran bienestar. Siguió andando y un poderoso haz de luz hizo su aparición a su derecha. Se tapó los ojos hasta darse cuenta de que la luz no le dañaba y miró más fijamente hasta ver la espada. La miró durante un buen rato, la curiosidad podía con ella y la empuñó. La empuñadura se amoldó con pasmosa facilidad a su mano, como si estuviera hecha para ella y la levantó, notando que su peso tampoco era excesivo. Miró su mano y se asombró, un guante la recubría, parecía metálico aunque era sumamente liviano. Después observó sus vestiduras con detenimiento, parecían hechas con el mismo material que el guante, las tocó y notó la resistencia de todo.

A lo lejos empezó a ver un pequeño montículo y siguió andando hasta él, con la espada en la mano. Tras el montículo parecía estar todo en la más absoluta oscuridad. Cuando llegó hasta allí pudo observarlo mejor. Todo estaba lleno de lava en la más absoluta oscuridad. Podía sentir la desolación, el desasosiego que sentía día a día, la inquietud. Cerró los ojos, con la espada firmemente empuñada y apoyada en el suelo y lo sintió, había alguien más allí.

-Dinorah…

Solo pudo ver esos ojos rojos como la sangre mirándola y llamándola… y ese cetro, el mismo que había visto en el anticuario, el que la intranquilizaba. Un nombre se le vino a la mente… Dalkiel y fue cuando ese ser la miró con más intensidad haciendo que ella lo señalase con la espada, sabiendo que se tendría que enfrentar con él.


‘Sara… Sara…’.

La voz de Agnus sonaba lejana, remota. Abrió los ojos y lo vio allí, a su lado con gesto de preocupación.

-Sara… despierta.

-¿Qué ha pasado? – preguntó totalmente desorientada, mirando a todos lados.

-Te has tenido que levantar sonámbula, estabas gritando, diciendo cosas ininteligibles.

Aún estaba algo mareada pero sintió cómo él la tapaba y al mirar a su alrededor vio que estaba en el jardín. Volvió a mirar a Agnus que la observaba preocupado, como la primera vez que lo conoció.


Como cada año, Agnus le había ido a visitar al orfanato y ella corrió para abrazarlo. No comprendía por qué los niños se apartaban del hombre cuando venía pero claro, de ella también se apartaban.

-Hola Sara, te he traído un regalo.

-No hace falta tío Agnus, el mejor regalo es que vengas a verme.

Observó a un niño que miraba con terror hacia donde estaban ellos y Agnus se giró para ver qué pasaba.

-¿Por qué tienen miedo? –preguntó ella inocentemente.

-Tienen miedo de mí. ¿Tú no tuviste miedo cuando me conociste?

-No –dijo Sara con naturalidad- ¿Por qué he de tenerte miedo?

-No sé, hay gente que se asusta de mi presencia.

Sara lo volvió a mirar y le acarició la cara, dejando un beso en ella.

-Pues no sé por qué se le tiene que tener miedo a una persona buena, hay otros que no lo parecen y sí dan miedo –dijo ella mirando a una de las profesoras, la misma que después de unos días detuvieron por maltratar a algunos niños.


-Tienes razón. Tengo que haberme levantado sonámbula…. Me voy a dormir –dijo Sara volviendo hasta su habitación.

Agnus se quedó en mitad del jardín, se había sobresaltado al escucharla balbucear cosas. Menos mal que él nunca dormía, podía haber salido de allí sin darse cuenta.

Notó algo entre las piernas y miró. Era el gato que siempre estaba con Sara, estaba ronroneando, llamando su atención. Miró al felino y lo siguió hasta que se metió debajo de un seto cerca de donde había encontrado a Sara, dándose cuenta de que allí había algo. Retiró algunas ramas y lo cogió. Era el libro que contaba la leyenda de Orcas y estaba abierto por el dibujo de la Espada Sagrada.

domingo, 24 de febrero de 2008

Capítulo 3

Todo el mundo decía que la pequeña Sara era algo... peculiar. Tenía veintisiete años, era retraída, no hablaba con nadie y siempre iba con esas pintas. Su forma de vestir, de estilo gótico, siempre vestida de negro, con abrigos largos y con capucha, junto a lo blanquecino de su piel, sus ojos y pelo negro y toda la ornamenta de collares con pinchos, medias rotas, uñas pintadas de negro... hacía que más de una persona dejara caer que era una adoradora del diablo más cuando siempre que se le recordaba la seguía un gato negro o como aquella otra vez, que unos chicos le azuzaron tres gigantescos perros y ella, con toda la naturalidad del mundo, se acercó y los acarició.
No tenía amigos conocidos y nadie sabía que tuviera ningún familiar, pero eso no era lo más extraño de ella, sino lo que callaba. Desde pequeña podía intuir lo bueno y lo malo de la gente con tan solo mirarla, también notaba, algunas veces que la persona a la que estaba observando no era humana pero eso siempre lo achacaba a su inmensa imaginación.

Ahora estaba en un edificio medio en ruinas. Llevaba un mes viviendo allí en uno de los apartamentos abandonados. Le encantaba salir donde estaba la ventana y sentarse, con las piernas colgando hacia el exterior. Estaba pensativa, recordando a ese chico que había conocido en la tienda de antigüedades. Había entrado allí por un impulso y se había descubierto mirando ese extraño cetro que le infundaba temor. Nunca había sentido miedo pero ese objeto sí hacía que algo dentro de ella se tambaleara y fue cuando llegó él. No sabe por qué le preguntó el nombre, ella nunca habla con desconocidos... la verdad es que nunca habla con nadie pero antes de darse cuenta las palabras salieron de su boca... Uriel, sí era raro que tuviera nombre de arcángel, se lo dijo, pero no podía decir que lo que realmente era raro es que veía la luz de su aura rodeada de tanta oscuridad.

Cerró los ojos y volvió a escuchar esas voces. Llevaba semanas escuchándolas, la llamaban... no, era otra mala jugada de su imaginación, como lo de esa espada. Miró a la pared que tenía al lado. La noche anterior se había despertado allí, de pie. No sabía cómo había llegado hasta allí, aunque lo más raro es que tampoco recordaba haber dibujado esa espada pero allí estaba y lo había hecho ella. Aunque no lo recordaba sabía que ella había sido la que lo había dibujado, además de que cuando se despertó estaba completamente llena de pintura por todos lados.
El corazón empezó a latirle con violencia, la respiración empezó a agitarse. No sabía lo que le estaba pasando pero ahí estaba otra vez esa sensación de miedo. Se agarró la cabeza con toda la fuerza que pudo, las voces ahora eran ensordecedoras y vio la espada, estaba centelleando, girando sobre su eje. Alguien intentó cogerla pero no pudo.

-No... no... ¡no!

Se levantó totalmente confundida, mareada y miró hacia el cielo, buscando el sol. Hacía días que la ciudad se levantaba gris y lo estaba sintiendo dentro. Sentía la oscuridad cerniéndose, acercándose por todos lados y eso era algo que la asfixiaba. Se adentró en el cochambroso apartamento y se acurrucó en una esquina. ¿Por qué le afectaba tanto aquello? ¿Por qué era la única persona capaz de darse cuenta?

El gato negro que siempre la acompañaba se acurrucó en su regazo, ronroneando, dándole calor y sobre todo paz y sosiego.

-Tú eres el único que me entiendes ¿verdad?

Se puso a acariciar al felino. Desde que tenía memoria había estado con ella. No recordaba a sus padres, ni siquiera a algún familiar, solo a ese gato. Algunas veces desaparecía pero al final del día siempre estaba allí, ronroneando entre sus piernas. De pronto cayó en algo... ese gato siempre había estado con ella, no sabía cuantos años podía vivir un gato, pero estaba claro que no tanto como ese. Lo cogió en brazos y lo miró.

-Eres un minino afortunado, los años pasan por ti y no se te nota nada

Tiene ocho años y está sentada en uno de los rincones más apartados del patio. Va vestida de negro, le gusta ese color y lleva dos largas trenzas. Observa cómo los niños juegan. Ninguno se acerca a ella, le tienen miedo y los pocos que lo hacen es para intentar intimidarla. Escucha a unos niños en un patio trasero reír y le llama la atención. Tienen a una paloma acorralada, al parecer uno de ellos la ha herido con un tirachinas.

-Cógela, vamos a arrancarle las plumas a ver si puede volar

-Mira, ahí está la rara –dijo uno mirándola.

-¿Por qué lo vais a hacer? ¿Qué os ha hecho esa paloma? –dijo ella acercándose más.

-Porque nos da la gana –le escupe otro de ellos.

-Esa no es una buena respuesta, dejadla.

-¿Por qué? ¿Por qué tú lo digas?

Nota un dolor agudo, uno de los niños le ha tirado una piedra y le ha dado abriéndole una pequeña brecha. Mira la sangre en su mano y ve a su gatito, el que siempre va con ella, inerte en el suelo. De pronto escucha un fuerte jaleo de pájaros, perros y una fuerte luz y después la nada.

Se despertó en la enfermería del orfanato. No recordaba nada de lo que había pasado y nadie le dijo nada pero desde ese día esos tres niños no hablaban y cuando la veían llegar palidecían y salían corriendo, temblando de miedo.

No sabía por qué razón se había acordado de todo eso pero lo que sí sabía era que ese preciso día prometió que nunca se volvería a repetir aquello. Desde entonces se había apartado de todos y de todo. Siempre había sido la niña problemática que no quería sociabilizar con nadie pero la realidad es que tenía miedo de ella misma.

sábado, 23 de febrero de 2008

Capítulo 2

La noche caía sobre la ciudad pero Uriel no conseguía conciliar el sueño. Llevaba noches así, todo por culpa de esa dichosa pesadilla. Solo eran retazos que no lograba recordar... solo esos ojos, unos ojos dorados, llenos de luz que lo miraban desafiantes.

Suspiró profundamente, mesándose el cabello

-Estás hecho unos zorros Uriel –se dijo a sí mismo.

Intentó ordenar algo la habitación, a ver si así pensaba en otra cosa y recordó a su amigo Axel. Esa tarde lo había ido a visitar y se había quedado sin habla al verlo. Pelo negro, algo largo y desarreglado, sin afeitar y unas ojeras que desmejoraban el verde de sus ojos. La piel había perdido casi todo el moreno y se le veía débil a sus treinta años. Todo lo contrario al don Juan que siempre había sido.

Se metió en la cama e intentó conciliar el sueño.

-Despierta Dalkiel, heredero de las sombras, jefe de los ejércitos de la oscuridad...

-¿Quién me habla?-preguntó Uriel mirando a todos lados.

Estaba rodeado de oscuridad y lenguas de lava ardiendo pero extrañamente no tenía miedo. Vio una luz radiante al final y decidió ir hasta ella. Tras dar unos pasos una montaña de lava se interpuso en su camino. Se quedó observándola, como si fuera una serpiente hechizada por algún cántico. La montaña de lava se abrió y mostró una especie de cetro en su interior. Alargó la mano y lo cogió, sintiendo un gran poder invadiendo todo su cuerpo.

-Dalkiel...

Levantó la cabeza y volvió a ver esos ojos. Era una mujer, estaba vestida como un guerrero, de ella parecía que salía tanta luz, tanto resplandor que su pelo parecía hecho de fuego. Lo miraba totalmente seria y él sentía cómo lo llamaba.

-Dinorah... –susurró él.

Ella asintió y le apuntó con una espada. Toda ella lo atraía, tenía que buscarla, tenía que encontrar esos ojos.

Se despertó sobresaltado y totalmente sudoroso. Otra pesadilla, pero esta vez la recordaba con más nitidez.

-Dinorah... ¿quién eres?

Cerró los ojos y volvió a recordarla pero en sus recuerdos se cruzó el cetro. Se había sentido tan bien al cogerlo, tan poderoso, tan lleno de fuerza... si ese cetro existiera sería el objeto perfecto para él porque ahora no podía ni con sus párpados.

Como pudo se levantó y, tras ducharse, se vistió para salir. Aunque estaba hecho unos zorros aún tenía que trabajar en esa maldita oficina tan gris como insulsa. Estaba completamente harto de tratar los asuntos de gente desconocida, le aburrían los temas comerciales de los demás, en resumen, estaba hastiado de todo.

-Perdón...

Acababa de chocar con una chica, tirándole los libros que llevaba encima. La observó mientras ella lo recogía todo. Era alta, la piel blanca como la nieve e intuía un pelo largo y negro bajo la capucha de la larga chaqueta que tenía puesta.

Tras recogerlo todo se levantó, bajando la cabeza pero aun así le podía ver la cara, rasgos suaves, ojos negros. Iba totalmente vestida de ese color, negro y según la vestimenta parecía ser gótica.

Y fue entonces cuando lo vio. En el momento en que la miró a los ojos antes de que ella se fuera vio un destello dorado en sus ojos. La cogió del brazo y la volvió a mirar pero ahora seguían negros, tan negros como la oscuridad. Ella siguió su camino mirando alguna que otra vez para atrás, seguramente la había asustado con su actitud. Agitó su cabeza intentando volver a su camino, ahora su mente también le gastaba bromas cuando estaba despierto.

Pasó toda la mañana intentando quitar de su mente esos sueños... esos ojos... ese cetro, pero no podía, lo tenían totalmente obsesionado.

-Uriel, traiga los informes de Mitchelrice... ¿pero qué está haciendo? ¡Déjese de tonterías y siga trabajando!

Miró a su jefe sin comprender lo que le decía. Volvió a mirar el informe en el que estaba trabajando y se asustó. Había dibujado el cetro, negro como la noche y en la parte superior, una gran piedra roja como la sangre entre hilos de plata que bajaban por toda su extensión, dibujando símbolos que no sabía qué querían decir.

-Yo... -No tenía explicación para eso, no sabía cuando había dibujado eso, no entendía nada de nada.

Tras varios gritos más y malas caras acabó su jornada laboral. Por fin podría volver a su casa y encerrarse.

Andó varias calles y empezó a llover. Justo lo que necesitaba para ponerle la guinda al día. Se levantó el cuello del abrigo y cogió un atajo para su casa. Todo se había oscurecido, el tiempo parecía haberse enfadado y no tuvo más remedio que refugiarse en una tienda.

Se puso a mirar los objetos de la tienda, para disimular un poco. Se dio cuenta de que era una tienda de antigüedades, las más raras que había visto. Fue hasta el final de la tienda y volvió a ver a esa chica. Estaba mirando un objeto desde una cierta distancia y tenía cara de miedo. No es que fuera la alegría personalizada pero parecía que había algo que la inquietaba.

-Hola –dijo él sobresaltándola.

Ella lo miró, parecía aún más asustada y volvió a mirar reiteradamente al objeto y a él.

-¿Cómo te llamas?-preguntó ella de pronto.

Él la miró de arriba abajo con curiosidad, pero lo que más le asombró fue su voz. Emanaba paz. Con tan solo escucharla parecía que se habían diluido sus problemas, lo reconfortó... esa chica tenía algo...

-Uriel-dijo secamente

-Es irónico -rió ella.

-¿El qué?

-Que tengas nombre de arcángel cuando... -se quedó callada, como temiendo haber hablado demasiado.

-¿Y tú? –preguntó él curioso.

-Sara –se quedó callada y miró por la ventana –parece que ya ha dejado de llover.

La vio darse la vuelta y encaminarse hacia la salida pero a mitad del recorrido se volvió.

-Ten cuidado Uriel- Se puso otra vez la capucha y se fue.

Uriel se quedó mirando hacia la puerta, en el mismo momento en el que ella salió de allí, el peso que lo asfixiaba volvió, el cansancio, el hastío. Volvió la mirada hasta el objeto que ella miraba antes y se sorprendió. Era ese misterioso cetro con el que había estado soñando, con el que se había obsesionado. Alargó la mano y lo cogió y sí, sintió lo mismo, la fuerza... el poder. Fuera como fuese ese objeto tenía que ser suyo. Lo llevó al dueño de la tienda, un extraño hombre de aspecto rudo, casi primitivo y se hizo con él. Tenía que saber qué era ese objeto y por qué soñaba con él.

Capítulo 1

Agnus se encuentra al Prior mirando en la ventana, sabe que no está mirando nada en concreto, está perdido... como todos. Las señales de que el próximo heredero de Orcus despertará se presienten por doquier pero aún no saben quién será el elegido por las sombras. Esto podría incomodarle, pero lo que más le intranquiliza es que el ser de bien, heredero de los poderes de la luz y portador de la espada sagrada aún no se ha encontrado.

-¿Aún no hay noticias? –pregunta el prior con severidad.

-No, aún no hay nada. La espada siquiera ha resplandecido un poco.

-Esto va muy mal Agnus. Orcus no tardará en designar a su heredero y las sombras son rápidas para organizar ejércitos. Si no encontramos al heredero de Merlín no se despertarán los demás poderes de los demás elegidos y no habrá nadie con suficiente luz para evitar que se lleven la espada.

-¿Qué ocurriría si la espada sagrada cayera en manos de la oscuridad? –nunca se había dado tal cosa pero sabían que era posible.

-Si la espada sagrada cayera en manos del heredero de Orcus, ésta se destruiría poco a poco pero dándoles tiempo a poder encontrar al ser de bien y matarlo. Eso sería el fin del mundo tal y como lo conocemos. Si el heredero de la luz muere, no habría nadie que pudiera parar a las sombras.

Agnus se quedó horrorizado, tanto tiempo preparándose en la Orden y podía ser algo inservible si el ser de luz, el heredero del bien no se mostraba. La única forma que había para saberlo era la espada sagrada, cuando el heredero mostrara su primer signo de poder, la espada resplandecería lanzando una señal para encontrarlo y él, Agnus el Vampiro, era el encargado para traerlo a la Orden. Se miró en las aguas de la copa eterna, fuente de vida y energía bendita, el único espejo que le devolvía su imagen y se observó. Vio un hombre de aspecto joven, aunque tuviera ciento cuarenta y tres años, pelo moreno, algo largo y ojos claros. El porte era regio, distinguido y sobre todo reflejaba paz, algo raro en su raza. Casi todos los vampiros se habían pasado al lado oscuro, a las sombras, algo muy normal en una raza que normalmente mataba para beber su sangre pero unos pocos, los menos, se quedaron en la Orden y desde que el tiempo era tiempo habían sido los encargados de velar por el Ser de Luz. Por eso ahora se sentía mal, se echaba las culpas de no haber podido leer los símbolos, de no ver las señales y por ello el Heredero aún no había aparecido.

-Deja de torturarte Agnus –dijo el Prior mirándolo- yo tengo más edad que tú y tampoco he visto ninguna señal. No es tu culpa mi querido amigo.

El Prior era un hombre de aspecto anciano, pelo blanco aunque pocas marcas de la edad, para sus doscientos años aún conservaba la energía y vida necesaria para enfrentarse en cualquier batalla. Nadie sabía exactamente su nombre, siempre le había llamado Prior y era uno de los hechiceros más grandes de la historia del mundo, su magia casi igualaba al gran Merlín.

-¡Rápido! ¡La espada centellea! –dijo una pequeña hada rápidamente.

Los dos fueron raudos hacia la sala donde estaba la espada sagrada donde todo el mundo ya esperaba.

-¿Pero qué...? –preguntó Agnus al verla.

La espada giraba sobre su eje a una velocidad vertiginosa brillando más que el día. El Prior se intentó acercar a la espada sagrada pero una gran fuerza lo lanzó lejos. Agnus lo recogió del suelo.

-¿Qué ha pasado Prior? –Agnus miraba la espada sin recibir información de ella.

-No lo sé –era la primera vez que Agnus veía al Prior desconcertado –nunca ha reaccionado así.

De pronto la espada cayó volviendo a su estado anterior, como si no hubiera pasado nada. Uno de los jóvenes licántropos se acercó pero la fuerza de la espada lo volvió a rechazar. Nadie sabía que pasaba, no había explicación pero entonces fue cuando un joven entró y dijo lo que más habían temido.

-El heredero de las sombras ya ha sido elegido.

Prólogo


En los albores de la tierra, cuando el mundo mágico se mezclaba con los hombres, los dioses y demonios campaban por La Tierra haciendo y deshaciendo a su voluntad. Entonces fue cuando Orcus, el demonio se reveló ante todos formando un ejército de seres oscuros para hacerse con el poder. La batalla fue cruenta, todos los seres mitológicos existentes participaron en ella; Vampiros, Hombres lobo, Erinias, Oceánides, Górgonas, Grayas, Harpías, Nereidas, brujas, magos... hasta algunos hombres participaron en tal masacre.

Tras muchos pesares el bien ganó, recluyendo a Orcus en el más recóndito de los lugares castigando a sus seguidores a vagar en la oscuridad.

Pero algo pasó, algo que nadie pudo remediar. Orcus, antes de ser recluido lanzó una maldición en la Tierra, su heredero renacería cada ciclo de tiempo para esparcir el mal e intentar llevar la oscuridad a los tiempos.

Solo un pequeño duendecillo lo escuchó, tan inocente como pequeño, corrió hasta la diosa de la Luz para decírselo. Varios dioses del bien se reunieron tras escuchar la maldición lanzada decidieron unir sus poderes. Con ellos crearon a un pequeño ser, un bebé humano pero que llevara toda la luz del bien en su interior. Para apoyar a ese pequeño lanzaron varios poderes del bien a la Tierra, los cuales solo saldrían cuando la oscuridad amenazara y crearon una espada sagrada, la cual solo podría usar el heredero de la luz, dejándola entre los humanos.

Varios siglos pasaron y alguna vez Orcus intentó que su maldición se hiciera realidad y los herederos de esa pequeña criatura de luz lo rebatieron, haciendo que la paz se quedara en la Tierra. Quizás se recuerde alguno de estos nombres de uno de esos herederos, el Mago Merlín.

Hace años que ningún heredero de Orcus aparece sobre la tierra pero la Orden de la Luz, protectores de la espada sagrada, está agitada, saben que el mal se acerca y es cosa de poco tiempo que el mal aceche de nuevo.